Alitas que unen.
En Telejuane, justo a la hora en que el aroma cítrico del ají limo se mezcla con el vapor de la cocina, llega una familia que muchos en el barrio conocen: Mariela, una madre joven que vive con su abuela Doña Eulalia y sus dos hijos pequeños, Luca y Valerita. El padre, Rodolfo, no vive con ellos desde hace tiempo, pero aparece de vez en cuando intentando remendar ausencias con visitas breves y regalos improvisados.
Ese domingo, Mariela llegó al local con los niños después de una mañana agitada. Doña Eulalia, que nunca pierde la compostura, pidió su mesa favorita, esa cerca de la ventana donde siempre dice que “el sol entra más sabroso”.
Mientras los pequeños discutían entre ellos por quién se quedaría con la última galleta que traían en la mochila, el mozo dejó en la mesa el plato estrella del día: alitas acevichadas, doradas, jugosas, brillando con ese toque de leche de tigre que despierta hasta el ánimo más cansado.
Luca fue el primero en probarlas. Hizo una pausa larga, casi solemne, y con la boca llena murmuró: “¡Mamá, estas alitas arreglan familias!”. Todos rieron, incluso Mariela, que venía con el corazón apretado desde la madrugada.
Justo cuando el ambiente se calmaba, apareció Rodolfo con su típica sonrisa tardía. Los niños corrieron hacia él, la abuela hizo un gesto de “otra vez…” y Mariela respiró profundo, pero lo invitó a sentarse. Entre mordisco y mordisco, entre el picante suave y el limón firme, la conversación se volvió ligera, menos tensa, más humana.
Y entonces Doña Eulalia, sin levantar mucho la voz, soltó:
—Si estas alitas pueden lograr que todos estén sentados aquí sin pelear… deberían ponerlas en el menú como terapia familiar.
Las risas se mezclaron con el sabor del plato. No arreglaron todo, no resolvieron el pasado, pero por un momento, gracias a esas alitas acevichadas de Telejuane, la mesa fue un lugar donde todos encajaron.
A veces, los platos no solo alimentan… también unen.

