Ese día el sol no salía.
Te caía encima como un castigo divino.
No había sombra, ni brisa, ni abanico que valga.
Solo calor.
Yo sudaba hasta las ideas.
La ropa pegada, el sudor chorreando por todo el cuerpo.
Ya no tenía ni ganas de quejarme. Solo quería algo frío.
Y entonces vi a Doña Elvita con su jarra de aguajina más fría que el corazón de un ex.
—¿Una aguajina, joven? —me preguntó como si me conociera de toda la vida.
No lo pensé dos veces.Un vaso grande y muy frío, por favor.
Primer sorbo.
¡BOOM!
La selva me abrazó.
Dulce. Espesa. Como si ese vaso de aguajina me dijera: «tranquilo, respira, todavía se puede.»
Ese día no arreglé mi vida. Pero por cinco minutos… fui feliz.
Y todo por la bendita aguajina de doña Elvita.
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El día que la aguajina me salvó del calor.
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